Cold blend

Nadie sabía de donde había venido Antonio, ni como había venido a parar en Candelaria, pegadito a la raya de Guatemala.

Un buen día se presentó en el pueblo, hablando de mil empresas fabulosas, todas con el común denominador de lo clandestino e ilegal: fayuca, alcohol y una interminable lista de cosas que pasar, que nos llenó los oídos de monedas.

El chiste era una nueva ruta en medio de la selva, para poder cruzar la fayuca, alcohol y demás asuntos, sin toparse con aduanas, policía y soldados. El problema de la transportación posterior - hacia la ciudad y sus mercados, librando los retenes - quedaba saldado con el camión gasero, cargado con algunos cilindros de doble fondo, que sabiamente escorados entre los normales, podían engañar a algún agente suspicaz. Bastaba con abrir un poquito la válvula para que el olor pestilente del gas butano llenara el ambiente y nos granjeara el paso a la abundancia econónica de los bienes sin impuestos. Esa misma noche, en la cantina, todos celebraron la idea, haciendo planes, dedicándole canciones y palmeándole la espalda. El güero ojos de gato parecía tener todas las respuestas en esa sonrisa con diente de oro. Al calor del trago no faltó quien le invitara a comer a casa al día siguiente, quién le ofreciera el apadrinamiento de algún rapaz o incluso le llamara hermano del alma; mientras que el cantinero no dejaba de hacer su luchita, preguntándole sobre el tipo y cantidad de botellas de wiski que sería capaz de cruzar, haciendo cuentas mentales con el margen de ganancia fabuloso, enorme, que el trago Beliceño le daría con la reventa. Incluso las dos únicas prostitutas del lugar (la chaparrita peliteñida Guatemalteca y la Morena de fuego Chiapaneca) se enfrascaron en una feroz pelea por llevarlo a su cama esa misma noche, seguras que el güero era el próximo hombre importante del pueblo. Entre corrido y corrrido, el futuro lucía felizmente dorado, acariciable y catrín.

Así mismo lo hallaron a la mañana siguiente, sentado en su camión frente a la cantina, sonriéndole a la muerte de oreja a oreja, tan frío como un Jack Daniel's. El doctor que mandaron a traer desde Campeche certificó el deceso a las cuatro de la tarde. Como causa de muerte anotó la ingestión accidental de una gran cantidad de metanol. A sus pies se halló una botella de Buchanan's a medio beber, sin sellos federales

- ¿alguien sabe de donde salió esta botella? - preguntó el doctor, suspicaz, pero los otora compadres, socios y amantes se levantaron de hombros
- la traía el fuereño - respondió alguien
- ¿Al menos saben el nombre del occiso?
- Nadie lo conocía, doctor
- Llegó anoche y se estacionó aquí nomás...
- Nunca lo habíamos visto

Adentro, en la cantina, el cantinero vaciaba frenéticamente un par de botellas en el fregadero.

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2 comentarios

rafael romero dijo...

Señor muy respetado y caro amigo Cheyo, he leído acaso tres o cuatro de sus microcuentos, deteniéndome en este último, dado que incluye un personaje entrañable: una putita guatemalteca, jeje, y debo decirle que enhorabuena, su forma de narrar despierta el interés y está muy por encima de un blogger a secas. Continúe usté con tan buena labor por el resto de los días de este año y vea si puede seguir así el otro año y el subsiguiente. Mis deseos son.

Abrazos

Cheyo Pimienta dijo...

Rafael, has acertado con exactitud en llamar entrañable a la mariposa aquella, sí que lo era.