Sabor rosa

Méndez siempre estaba ahí, encerrado en el archivo. Los otros empleados le consideraban casi parte del mobiliario y solían chancearse de él:

  • Mendez es el mueble más longevo de esta oficina

  • Y también el más confiable, incluso más que la vieja copiadora, por que esta se ha descompuesto tres veces, mientras que Méndez ni siquiera se enferma

  • Habría que incluirlo en el presupuesto de mantenimiento...

Y soltaban la carcajada del lunes por la mañana, mientras Méndez se ocupaba en clasificar la correspondencia del día.

Y es que para Méndez, su trabajo lo era todo. No había para el nada más importante que ese microuniverso delimitado por las cuatro paredes del archivo de la notaría, lleno hasta el tope de libros, olor a tinta y esa naftalina con la que exorcizaba a los insectos ávidos de celulosa, jurados enemigos del archivista.

Tal era la vida de Roberto Méndez auxiliarcontableyjuridico y nada más. Huérfano desde niño, había quedado al cuidado de su tía abuela, que le empleó en su tienda de utramarinos como almacenista, recadero y - cuando tuvo altura suficiente – dependiente de mostrador. Tal fue la vida de Méndez hasta que cumplió los 18, fecha en la que, al regresar de su consabido paseo dominical, encontró sus pocas cosas empacadas y la petición amablemente inflexible de que se mudara a un pequeño departamento, con la renta de seis meses pagada y una despensa llena de diversas latas.

- Cásate, no hay nada mejor para obligarte a ser independiente

Le había dicho la tía, con las canas revueltas y el rostro todavía encendido, mientras el gordo bigotudo, encargado de la trastienda (de recentísima contratación) se ajustaba con disimulo socarrón, los pantalones. Mientras la tía renqueaba de regreso al mostrador, Méndez se sintió como aquel gato viejo, desechado hacía algunos años, cuando ya no pudo cazar más ratones.

Esa misma tarde (mientras contemplaba la austeridad de su nuevo departamento, de muebles escuetos y paredes sucias) Méndez descubrió que por primera vez en su vida, se encontraba realmente solo.

II

La chica del jueves llegó como siempre, puntual, ejecutiva, deslumbrante. Méndez tenía problemas para respirar y sudaba copiosamente cuando ella llegaba, a pesar de que venía viéndola desde hacía ya más de un año y de que la rutina había sido la misma siempre: Ella le lanzaba esa sonrisa llena de dientes perfectos y le pedía que le archivara tal o cual documentación - Labor que Méndez hacía rápido y con gran cuidado.

- Usted siempre tan esmerado en su trabajo, Roberto

Decía ella sin dejar de sonreír, y para el desdichado Méndez, ese era el mejor día de la semana. Después venían los hastaluego y el sonido de sus tacones alejándose sobre el corredor.

- Ni te hagas ilusiones

Le había dicho el chofer, cuando le sorprendió con la mirada perdida en las caderas que se alejaban

- La chulada esa anda con el hijo del mero-mero macizo y anda agüevo tras el billete.

- En una de esas hasta le pone casa – acotó la del mantenimiento

Méndez tuvo que asentir, avergonzado con la sensación de haber sido pillado desnudo.


III

Méndez solía salir y comer en el parque. Poco acostumbrado a los lujos, prefería alguna torta a la sombra de un árbol, acompañada una botella de agua de sabor, luego el único vicio pecaminoso que se permitía en el día: un cigarrrillo. Luego chicles de menta fuerte para eliminar el mal aliento y regresar a la oficina, a seguir archivando y organizando la vida legal de llos demás. Pero esa tarde, al regresar al despacho, se encontró a todo el mundo en el area de recepción. - Méndez, hágame el favor de cerrar el archivo, estos pintores están produciendo más polvo que cualquier colombiano - rió el viejo Antúnez de su propio chiste - no quiero que las oficinas y el archivo queden como si les hubiera nevado encima, carajo... - y tómese el día libre, que estos trabajos y reparaciones van a durar al menos todo el día de hoy y la mañana de mañana...

Méndez entonces se halló caminando solo, a las tres de la tarde, en la calle y sin actividad por hacer ni lugar a donde ir. Fuera de su archivo muerto - donde la existencia tenía un orden y un lugar específico - la ciudad le parecía una enórme vorágine de cosas sin sentido, gente y automóviles en inminente curso de colisión, tendencia a un caos y desorden incontrolablemente insoportable y todo bullendo sobre sí mismo... como era de esperarse, a los veinte minutos de vagar por el centro de la ciudad, tuvo un ataque de ansiedad, producto de esa agorafobia que sabía existente pero que nunca había sido puesta a prueba - entraba a la oficina muy temprano y salía de ella muy tarde - en su desespereación hiperventilante y visión borrosa alcanzó a ver un letrero de letras rojas - museo de arte de la ciudad - y se encaminó hacia allí, con la intención de pedir prestado el baño, o el teléfono (nunca había tenido celular, por que no tenía a quién llamarle y en la oficina existía la concepción de que vivía en el archivo de manera permanente) Dentro del museo no había nadie, pero había una banca vacía y un dispensador de agua, que Méndez apuró para beber de un vaso cónico de papel. Al tercer trago se sintió mejor, su respiración estable y la sudoración se había detenido, así que se sentó en la banca. En ese momento, al alzar la mirada, notó la pintura.

Era un cuadro bien hecho, de línea segura y detalles suaves. En el se pondía ver a un hombre delgado, vestido de una manera sencilla y monocromática, que daba la impresión de ser alguien apocado, empequeñecido por su propia piel opaca y sin brillo en los ojos, que parecían ausentes... el cuadro en sí no hubiera resultado interesante salvo por una cosa: el hombre tenia un agujero justo en el pecho, por donde se podía ver que su corazón estaba hecho de una sustancia que a Méndez le pareció gelatina de leche, de un color rosa intenso... Méndez entonces se dió cuenta de que el hombre le sonreía desde adentro del cuadro - soy tu, imbécil - parecía decirle, mientras se tocaba el corazón de gelatina... era el, sin lugar a dudas... ahi estaba su misma cara, su misma expresión y su misma ropa, sonriéndose desde el interior del lienzo. Méndez no pudo más y salió corriendo del museo, histérico y gritando. Ocho cuadras mas adelante, le arrolló un camión urbano, lleno de adolescentes de secundaria.


El curador se había quedado mudo, la pintora lívida, masticando prácticamente el cigarrillo - ¡como que no saben...! ¿que nadie vio nada?
- El guardia de seguridad solo se ausentó un minuto, para venir a tomar instrucciones mías para el evento de esta noche
- ¿Y eso en que me ayuda? no tengo registro fotográfico alguno de esa obra, apenas la pinté la semana pasada y nisiquiera figura en ningún catálogo...
- Le repito que se trata de un hecho lamentable, pero confiamos en que las autoridades podrán recuperar el cuadro, en Mérida no hay muchos lugares para vender arte, en especial tratándose de la opbra de una artista reconocida como usted...
- Reconocimiento mis huevos... - dijo la pintora, mientras levantaba la ceja.

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Méndez es un hombre nuevo desde que salió del hospital. Renunció al trabajo en el despacho del licenciado Antúnez (argullendo dolencias a la hora de subirse a la escalerilla del archivero) y ese mismo invitó a cenar a la secretaria guapa, solo para recibir la noticia de que ella ya estaba comprometida en matrimonio con el Junior, que toda la ciudad sabía rampante homosexual. Méndez soltó la carcajada mas grande de toda su vida y salió a la calle a bañarse con su aglomeración urbana y humana. Eventualmente devolvió el cuadro robado a su dueña, quien le dejó marcharse mansamente, después de escuchar de sus labios la historia de su locura temporal y de como los médicos habían colgado el lienzo junto a su cama, pensando que era obra suya.

Méndez vive ahora con una mujer que vende disfraces y colecciona cristales de esos que devuelve el mar... se conocieron en la calle, donde Méndez trataba infructuosamente de aprender a tocar el tambor. Esa misma noche, frente a un par de helados, ella rió mucho cuando el le reveló su virginidad, para luego llevárselo a la cama y acariciar por horas el pecho cansado, mientras el contemplaba sin decir palabra los accidentes topográficos del techo. Desde ese día y cada mañana, al despertar, Méndez toma su mano...

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