Slurpee

Hola, me llamo Franklin Wayans y vivo en alguna ciudad.

Ayer, mientras compraba galletas, alguien me lanzó un slurpee desde un automóvil. Sí, de esos refrescos semi congelados que venden en seven-eleven. No me gustó.

El semáforo se puso en rojo, como miles de semáforos lo hacen diario en esta gigante ciudad. Lo especial de este semáforo es que se puso en rojo justo cuando estos chicos del slurpee trataban de alejarse acelerando, era un ford negro, reluciente, a papá le habrá costado una buena cantidad de dólares, pero siempre he sido un buen corredor.

El chico tendría unos catorce años, tenía el pelo rizado rubio, y la cara pálida; por que me tenía enfrente, mi chaqueta cubierta de slurpee de fresa. Le puse un puño de slurpee en la nariz, obligándolo a respirar el hielo, los rizos de su nuca en mi mano se sentían sedosos, cabello adolescente lavado con buen shampoo. Su amigo conductor me lanzó una bofetada, debil y asustada, tratando de hacerme soltarlo, así que le golpeé la nariz con los nudillos, se me quedaron llenos de sangre, sangre azul de niño rico.

Algo me golpeó en la nuca, y todo fue oscuridad.

Desperté, me dolía la nuca. Afuera de la celda habían dos hombres de traje, uno de ellos con aspecto de abogado, el otro no había que ser mago para adivinar que era político, político en tiempos electorales "¿Mr. Wayans, se siente usted bien? Quiero pedirle disculpas por lo ocurrido con mi nieto, no tiene perdón lo que hizo con usted" Asentí con la cabeza solo por hacer algo, pues no entendía bien, el tipo de traje habló mucho, con gravedad. Me contó acerca de el problema que significaría para un joven de tan escasa edad una demanda por agresión "el chico nunca quiso lastimarle en realidad, todo fue una broma estúpida que se salió de control, le pido por favor que no presente cargos" y luego.. bueno luego me enseñó dólares, muchos dólares, como para comprarme una casa.

Este auto suena bien, es un clásico, ocho cilindros que trabajan al parejo; como deben ser los autos, mi ropa nueva se siente bien. Al fondo hay un atardecer rojizo que me espera, mil millas de autodescubrimiento hasta las vegas.

- ¿Está usted bien?

La vendedora de galletas me limpia la chaqueta, tratando de quitarme de encima el slurpee, todo rojo, como sangre y atardeceres. A lo lejos, el semáforo se pone verde "estos chicos no tienen respeto para la gente mayor, mire que lanzarle a un señor como usted algo desde la ventanilla..." sí, yo estaba allí, con la mano aún levantada sin haber podido golpear al chico, por que simplemente eso de golpear niños no se me da, así que solté su cabellera rubia y el otro pisó el acelerador a fondo.

Camino hacia el callejón, me esperan un par de perros y algunas frazadas que me calentarán tanto como esta botella de brandy barato me dure. La vida es dura cuando vives en las calles, nadie que te cuide, nadie que te invite un café. siempre es así por aquí, la vida no es justa, así es y no hay nada que hacerle, solo mis perros lamiéndome las manos. Hola molly, toma una galleta.

Mickey esta muerto. No teníamos cinturones y la bolsa de aire lo desnucó cuando chocamos contra del tranvía. Aún puedo recordar lo último que me me dijo, cuando le reclamé por lanzarle el refresco al indigente ese, por la ventana: "La vida es injusta, ¡acostúmbrate Jhonny! ese vejete acabó con la suya pegado a una botella, así que merece eso y más, mañana regresaremos y le lanzaré un McFlurry" luego metió el pié enmedio de los míos y aceleró, riéndose.

La vida es siempre injusta, pero a veces, solo a veces, viene fría y sin avisar, como un slurpee de fresa por la ventana.


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